Real-istmo
Real-istmo
“Sólo le pido a Dios, que el dolor no me sea indiferente, (…),
es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente”.
León Gieco
Centroamérica. Al buscar un poco de información para contextualizar estas palabras, me encuentro que Centroamérica, cintura continental con raíces culturales tan híbridas como comunes a los países que la integran, se considera un subcontinente y se delimita entre dos istmos: el istmo de Tehuantepec en México y el istmo de Panamá. Su extensión territorial es de 522.760 km² y su población aproximada es de 41.739.000 habitantes (ONU, 2009).
¿A qué viene esta revisión de Estudios Sociales?, dirán ustedes, a punto de cambiar de lectura. Es justamente, a manera de “ubicatex”, para recordarnos que dentro de esos casi 42 millones de personas, estamos nosotros. Sí, nosotros, los ticos. Los casi 5 millones de “tiquillos”.
Reality bites. ¿Y por qué esta dosis de contexto? Porque siento que nos gana la indiferencia ante la realidad sangrienta que experimenta nuestra lengua de tierra.
Me refiero específicamente a la matanza de 72 personas inmigrantes indocumentadas en el noreste de México. En su mayoría centroamericanos, quiénes migran son víctimas de bandas del narcotráfico, que les cobran rescate o los obligan a trabajar para ellas, para lo cual son secuestrados en su intento de llegar a Estados Unidos, a través de trenes de carga.
En esta ocasión, los cadáveres fueron descubiertos el martes 24 de agosto, un día después de que México se emborrachara de Miss Universo, en una hacienda del estado de Tamaulipas, fronterizo con Estados Unidos. Según la versión del sobreviviente ecuatoriano, los secuestradores les ofrecieron trabajo como sicarios con un pago de 1.000 dólares quincenales. Sin embargo, ante su negativa, les dispararon sin piedad hasta dar muerte a 58 hombres y 14 mujeres.
Esta masacre es una muestra clara de la violencia en contra de las personas migrantes, quiénes son reclutados por el crimen organizado en México para su explotación laboral y sexual. Pero dista mucho de ser un hecho aislado. Según el informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de 2009, en sólo seis meses, alrededor de 10.000 inmigrantes fueron secuestrados por narcos o pandillas en México, para someterlos a vejaciones que suelen quedar impunes por la corrupción de las autoridades.
¿Y la tierra prometida? No puedo dejar de sentir una tristeza larga al constatar que la continuación del éxodo de centroamericanos hacia Estados Unidos, en condiciones infrahumanas y a pesar de conocer los terribles riesgos que el trayecto implica, es la negación más evidente de los “beneficios” que nos auguraron obtener si accedíamos a entrar a la tierra prometida del libre comercio.
¿O acaso no es cierto? “¿Dónde están los empleos del TLC?”, dice una calcomanía que quiero conseguir y que no puede estar más llena de verdad. Aquí, donde la situación es un poco más desahogada (en términos generales, pues no quiero desconocer nuestra creciente desigualdad socioeconómica), no hemos visto ningún “fruto dorado” del soñado CAFTA.
Ahora imaginemos en El Salvador, Honduras y en Guatemala, los países del empobrecido triángulo norte de Centroamérica. El Salvador fue la primera nación en ratificar el CAFTA, incluso antes que Estados Unidos, pues lo firmó en diciembre de 2004. Seis años después, la migración a cualquier precio se sigue contando por miles.
Honduras y Guatemala firmaron el acuerdo en marzo de 2005 y, más de cinco años después, la nación chapina se parte de hambre, pues en septiembre de 2009 se declaró estado de hambruna en cuatro departamentos y las imágenes de los niños eran y son absolutamente desgarradoras. Mientras tanto, Honduras apenas intenta abrir los ojos después de un knockout por golpe de Estado.
Entonces, ¿dónde están las bondades prometidas? Toca dar explicaciones sobre el deterioro social y económico de una región históricamente pisoteada. En especial, si uno se golpea el pecho con la medalla del Nóbel por traer la paz a Centroamérica y vive obnubilado por viejas glorias, incapaz de ver que las nuevas guerrillas se llaman carteles y maras, y que el dolor no es menos visible ahora, simplemente porque se forman grupitos solidarios y marchas anti-violencia en Facebook.
Y no me vengan con la excusa de la crisis. Es verdad que hubo una fuerte recesión mundial, de la cual recién se está saliendo. Pero también es verdad que se pronosticó prosperidad inmediata como argumento para aprobar de urgencia el libre comercio y que se puso en marcha un “Plan Escudo” para enfrentar la crisis (con todo y lujosos nombramientos).
Pero es aún más verdad que la política macroeconómica siempre se diseña bajo la “ley del embudo”, donde la parte estrecha siempre ha sido y será angosta para los que menos tienen. Los que nada tienen, ni siquiera derechos. En palabras de Galeano, “los nadie”.
As seen on TV. Como dice la publicidad de una línea aérea, “Centroamérica te llama”. Y yo digo que nos llama, nos necesita. En voz, en cuerpo y en pensamiento. En presencia real y no sólo virtual. Y no sólo porque se trate de nuestros hermanos, sino porque se trata de nosotros mismos.
Porque ellos, quienes migran sin papeles, quienes mueren de hambre despiadadamente, quienes tatúan sus cuerpos en busca de identidad, somos usted y yo en otra circunstancia. Otra infancia, otra adolescencia. Nacidos y criados en otro barrio. Separados por pocos kilómetros físicos, pero por miles de kilómetros de oportunidades. Y en esta maldita pigmentocracia, segregados también por el tono de la piel y el rasgado de los ojos.
Por eso nos toca golpear la mesa. Organizarnos para pedir cuentas de tanta mentira, de tanto dolor y de tanta impunidad. Coordinarnos para reclamar derechos y no sólo para levantar techos, pues la participación que no busca un cambio en el status quo, a mi parecer no es más que caridad disfrazada para calmar conciencias en las capas privilegiadas.
Aunque, ahora que lo pienso, un poco de caridad tampoco haría daño. Después de todo, Guararí, Los Cuadros, La Carpio , Sololá, Huehuetenango, Totonicapán, Santa Ana, San Salvador y la misma Tamaulipas, están más cerca que Puerto Príncipe. Y si se ayuda tanto a unos, ¿por qué no también a los nuestros?
¿O será que en la agenda mediática se prohíbe tácitamente hablar de las tragedias centroamericanas, por aquello de que nos demos “demasiada” cuenta de lo mal que estamos? Es peligroso el efecto Siddharta, dirán los dueños del oráculo televisivo.
Porque nunca vi ni la décima parte de la cobertura que se le dio al terremoto haitiano, destinarse a la hambruna en Guatemala, sin que esto signifique que aquella calamidad sea menos dolorosa que esta.
“La caridad empieza por casa”, señores. Y, agrego que, la lucha tenaz también.
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