Las alas valientes de mi madre
Hoy es 08 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, y aunque la fecha nos llama a reflexionar en plural -pues las mujeres somos tan diversas como nuestras luchas-, voy a escribir en singular para hablar de mi madre, luchadora de vida, y quien en días recientes sufrió en carne propia discriminación y violencia por ser una mujer adulta mayor y por "atreverse" a soñar con una comunidad mejor.
Mi madre tiene 70 años -los cumplió hace dos meses- y casi 15 de pensionada, pues se jubiló por el régimen del Magisterio para cuidar a mi abuela en último año de vida. No obstante, lejos de retirarse o de convertirse en una persona inactiva, mi madre -Doña Rosa, como suelo decirle- ha procurado mantenerse activa en actividades comunales, académicas, laborales por servicios -cuando le contratan algún proyecto puntual- y hasta religiosas, aunque no es muy dada a asuntos de la iglesia.
Así, el año pasado, se postuló para presidir la Asociación de Desarrollo Integral (ADI) y ganó dicha elección legítimamente en marzo 2023, por lo cual asumió esa tarea con el grupo electo y de entrada procuró devolverle el carácter cívico a este trabajo. Para ello, organizó actividades como el #8M del año pasado -cuya convocatoria de 52 participantes aún la llena de orgullo-, el Día del Libro -evento fallido, pues nadie llegó-, el Día del Árbol -realizado en conjunto con el Colegio de Biólogos y al cual se registró una asistencia de 31 personas- y el primer Desfile de Faroles en los 50 años de la comunidad -organizado en conjunto con la Escuela de José María Zeledón y con asistencia de 60+ personas-, los cuales además cubrió con su dinero -y/o el mío, ya que prometí ayudarle en lo que me fuera posible, y de hecho me hice cargo de las tres ediciones del boletín de rendición de cuentas.
A la vez, desde que asumió este cargo empezó a navegar entre interminables trámites ante la Dirección Nacional de Desarrollo de la Comunidad (DINADECO), cuya sede se sitúa en Zapote: primero, para entender de qué trataban los distintos formularios -incluyendo algunos contables que, como tales, escapan a su área de formación- y luego para presentarlos pues, antes de solicitar su firma digital en octubre, siempre debía desplazarse a entregarlos. Eso sí, al igual que los eventos, todas las gestiones las hacía sola, pues los demás integrantes de la Junta se excusaban de mil formas -vacaciones, trabajo, mandados, etc.- y la única ayuda que recibía era de una vecina de años, actual Vocal en la Junta y quien la apoyó puntualmente.
Asimismo, desde que asumió, comenzó a manifestarse en este cargo el hostigamiento vecinal que nos persigue hace décadas y el cual, para cuidarse de nuevas denuncias, usa de brazo ejecutor a un integrante de dicha familia que no vive en la comunidad ni en el cantón -y, como tal, ni es asociado a la ADI ni tiene legimitidad para contactarla-, cuya tarea casi diaria es tomar fotos de nuestra casa para hostigar por medio de nuestro árbol -cuya tala logramos evitar con un diagnóstico forestal que atesta su condición sana, y a pesar de que hasta consiguieron enviar patrullas para ejercer matonismo intimidante- y contactar a los demás integrantes de la Junta para difamar a mi madre, mostrando así tal ánimo de persecución predatoria que ella incluso intentó denunciarlo judicialmente en octubre, pero las autoridades le contestaron -nótese el enfoque judicial de género para una mujer que además es adulta mayor- que no intervendrían a menos que el acechador la amenazara directamente con matarla.
Ante este panorama -y dado que una vez se cayó en el parque por la prisa que llevaba para una de las gestiones y terminó con un morete que le cubría por entero el ojo- muchas veces le dije que debía hablar con la Junta sobre la distribución inequitativa de las cargas e ir documentando la falta de ayuda, pero no retirarse pues este trabajo comunitario le gusta -y no era primera vez que lo hacía, ya que incluso es fundadora de la ADI y la presidió en época previa a la actual era hipertramitológica- y le permite tener espacios propios fuera del cuido de mi papá, paciente de 78 años en recuperación alcohólica en el IAFA -hoy precisamente cumple un año de no beber- que además ha sufrido dos síncopes en el último año por su condición cardíaca.
Sin embargo, hace 10 días ocurrió un hecho que llevó a mi madre a renunciar a su puesto comunitario y que consistió en una agresión verbal y psicológica sufrida por mi madre el miércoles 28 de febrero durante la sesión de la Junta Directiva, cuando otra integrante -quien durante el primer año estuvo ausente del trabajo, al grado de llegar en calidad de público a las actividades organizadas- descargó su ira contra ella gritándole frente a todos que era una mujer inepta, sin carisma ni liderazgo, y cuyas ideas generalmente eran "estupideces" que la hacían perder su valioso tiempo.
En su ataque hacia mi madre, esta señora -ninguna adolescente, pues tiene casi 50 años-, le cuestionó también su formación académica, diciéndole con desprecio que era inaudito que alguien "tan inútil" y hubiera sido docente universitaria y achacándole las ineficiencias de la Junta Directiva -integrada por siete personas adultas en pleno uso de facultades y debidamente juramentadas como integrantes- como culpa exclusiva de ella.
Luego, mi madre decidió renunciar de inmediato y comunicar lo ocurrido a DINADECO para solicitar que se aplique tanto lo dispuesto en la Ley 10235 o “Ley para Prevenir, Atender, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en la Política” como en la Ley 7935 o “Ley Integral para la Persona Adulta Mayor”, acciones en las que cuenta con el apoyo de la familia.
Así, este ataque -que no era primera agresión, pues esta persona ya se expresaba de mi madre con aire autoritario y desprecio en el espacio de chat grupal y días atrás incluso había tenido que disculparse en un banco estatal al que acudió con mi madre por tratar mal una funcionaria al hacer un trámite- tomó por sorpresa y causó dolor a Doña Rosa, en especial porque fue hecho ante el silencio de los demás integrantes de la Junta, quienes en ese momento callaron para luego manifestarle "apoyo" en mensajes individuales de WhatsApp donde aceptaban el hecho como agresivo irrespeto, pero afirmaban "haber estado en shock" para justificar el haberlo permitido.
Pero, ¿cuál había sido el detonante de tal cólera? Veamos. Para contar con el permiso sanitario para manipular alimentos en ventas de comida que generaran ingresos propios a la ADI, el lunes 26 de febrero mi madre había ido a matricularse en la capacitación ofrecida por la Municipalidad. Para esto, y a pesar de ser adulta mayor, hizo 2.5 horas de fila bajo el sol, por lo cual no había podido avisarle a la integrante hostil que llegaría tarde a la cita en su casa -pues siempre era mi madre quien debía desplazarse, sin importar sol o lluvia- para seguir actualizando los libros registrales que durante 11 meses mi madre había trabajado sola, pero ahora estaba elaborando con su ayuda de esta otra señora.
¿Y por qué no había podido avisarque llegaría tarde? Porque, tal como había informado oralmente a la Junta el mismo sábado 24, dos días antes había dejado su celular en un taxi local durante un paseo familiar a Llano Grande el sábado 24, por lo cual -y dado que había bloqueado la línea en el ICE- tendría dispositivo móvil hasta nuevo aviso. Luego, esta "llegada tardía" fue suficiente para desencadenar el exabrupto de agresividad y de violencia en su contra -primero en el chat grupal, luego cara a cara- pues la señora -que emprende desde su hogar, por lo cual no debe siquiera desplazarse- lo había considerado “falta imperdonable”.
"Curioso" que esa misma señora no hubiera considerado "falta imperdonable" su propia ausencia por vacaciones a las sesiones de Junta Directiva en repetidas ocasiones y "curioso" también que esa misma Junta, cuyo compromiso "brilló" siempre por su ausencia, no reconociera que la misma señora adulta mayor a quien estaban permitiendo violentar a gritos, se había presentado puntualmente y había atendido como correspondía la Asamblea Ordinaria del sábado 17 de febrero aunque una hora antes su esposo -mi papá- había tenido un nuevo síncope que lo había hecho desvanecerse con los ojos en blanco y requerir ayuda de vecinos.
Entonces, tras el ataque, manifesté a mi madre mi apoyo a su renuncia, mi ayuda para exponer la situación ante las instancias correspondientes, y la invité a un helado. Un par de días después, le dije que su salida de ese ambiente hostil no significaba que debía retirarse del trabajo comunitario pues -por el contrario- ahora más que nunca era evidente la urgencia de un espacio de representación y trabajo por las personas adultas mayores del barrio, desde el cual pudiera seguir organizando actividades sin necesidad de exponerse a ser degradada en su condición de mujer adulta mayor, pues además el resto de la Junta Directiva había considerado "irrelevante" conmemorar fechas como el #8M -y en efecto, hoy no hubo acto y ni siquiera un mensaje en el chat comunitario-, pues afirmaron "estar muy ocupados".
Además, muy a tono con el estilo mediático policial predominante en estos días -y aunque en nuestra calle sólo se ha registrado un asalto en 45 años- la Junta Directiva afirmó que prefería no hacer actividades comunitarias para generar ingresos pue, de todos modos, estos serían gastados por la próxima Junta, por lo cual preferían enfocarse en la vigilancia de las áreas comunes al monitorear las recién instaladas cámaras de seguridad, cuyo servicio de Internet lo pagó mi madre de su bolsillo.
Se impone entonces preguntarse si no sería más sincero que quienes sólo tienen interés en vigilar -y cuyo monitoreo en celulares debería informarse a la comunidad con nombres y apellidos de los responsables- conformaran una Asociación Específica Pro Seguridad, en lugar de tomar la Asociación de Desarrollo Integral -cuyo nombre mismo habla de transversalidad- para ese único fin.
En cualquier caso, lo ocurrido abre una ventana para denunciar la violencia contra las mujeres adultas mayores, en especial hoy 08 de marzo cuando constatamos con dolor cuán naturalizadas están dichas agresiones que logran incluso remover de un cargo de dirigencia comunitaria a una mujer adulta mayor legítimamente electa para el mismo.
Porque, si bien los instrumentos internacionales y nuestro mismo Estado garantizan derechos irrenunciables, lo cierto es que las mujeres adultas mayores -de toda edad, pero en especial las adultas mayores cuyo cuerpo ya no es fértil ni suele ser visto como deseable- experimentan la intersección de tener mayor esperanza de vida que los hombres, pero vivir esta longevidad en escenarios de constante exposición a violencia, discriminación y soledad, ya que el sexismo a menudo se interseca con otras formas de discriminación como el racismo o el edadismo (nombre actualmente dado a la discriminación por edad).
Así, las señoras o mujeres de mayor edad se encuentran frecuentemente en posiciones de vulnerabilidad o marginación, silenciadas por roles aprendidos en la crianza y por clichés que les exigen callar para dedicarse a los nietos y/o entretenerse con manualidades -ambas actividades loables, pero privadas- como forma de removerlas del espacio público, pues en este son vilipendiadas a todo nivel, como lo demuestran los constantes ataques de dos diputados jóvenes de oposición contra dos mujeres adultas mayores -una diputada y una Ministra- en puestos de elección y/o de gobierno.
Y es que esta dolorosa realidad no es exclusiva de nuestro país. Por el contrario, el estudio “Tenemos los mismos derechos”, realizado en 2017 por la organización HelpAge International con 250 adultas mayores de 19 países latinoamericanos -incluyendo a Costa Rica- mostró que las mujeres adultas mayores enfrentan violencia y discriminación, tanto a nivel privado como público, en áreas como empleo, atención médica, servicios financieros, participación política y disposición de la propiedad. Sin embargo y a pesar de lo lamentablemente común que es la violencia psicológica contra las mujeres adultas mayores, el estudio concluye que la autoridad no interviene a menos que el hecho se acompañe también de violencia física -tal como le contestaron a mi madre en el "incuestionable" Poder Judicial-, lo cual implica una grave omisión del deber de protección estatal.
En consecuencia, quería escribir estas líneas para compartir este fragmento de la historia de mi madre, para honrar su fuerza y para ser la primera en disculparme por cuando algún acto de su parte -que erróneamente atribuyo a su edad, cuando sé bien que corresponde a su personalidad y no a sus calendarios- ha llevado a mi enojo o impaciencia pues, tras años de trabajo y relación con personas adultas mayores, sé que envejecer es un premio de vida y no una vergüenza a ocultar, aun si la industria cosmética nos vende lo contrario y las farmacéuticas salivan con la posibilidad -afortunadamente rechazada por la mayoría de naciones- de clasificar la vejez como sinónimo de enfermedad.
Madre, mi mayor admiración por todas las batallas vividas y sobrevividas y todo mi respeto por darlas desde la trinchera no estridente de la vida anónima. Que nada te corte las alas: ni los años ni los daños; y que este nuevo proyecto de organizar a las personas adultas mayores de la comunidad - y todos los demás que vengan- te permita ilusionarte de nuevo con la idea de trabajar por el barrio.
De mi parte, me pongo de nuevo a la orden para ayudarte a organizar un cine foro próximo -para hoy, #8M, ya no se pudo- con la película costarricense "Violeta al fin" (Hilda Hidalgo, 2017), protagonizada por la gran actriz Eugenia Chaverri y la cual nos cuenta la historia de Violeta, mujer valiente de 72 años que acaba de divorciarse, por lo que vive sola en la casa de su infancia, cuya amplitud la hace soñar con tener su propia pensión de huéspedes, pero la cual debe defender de un remate bancario.
Y cierro estas líneas con una reflexión que conocí hace ya más de 10 años, cuando la incorporé a la primera clase universitaria que impartí para personas adultas mayores y llamada "La Vasija Agrietada":
“Un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo y que llevaba encima de los hombros.
Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua al final del largo camino a pie, desde el arroyo hasta la casa de su patrón, pero cuando llegaba, la vasija rota solo tenía la mitad del agua. Durante dos años completos esto fue así diariamente.
Desde luego, la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque sólo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación.
Después de dos años, la tinaja quebrada le habló al aguador diciéndole: “Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de mi carga y solo obtienes la mitad del valor que deberías recibir.”
El aguador apesadumbrado, le dijo compasivamente: “Cuando regresemos a la casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.”
Así lo hizo la tinaja. Y en efecto, vio muchísimas flores hermosas a lo largo del trayecto, pero de todos modos se sintió apenada porque al final, sólo quedaba dentro de sí la mitad del agua que debía llevar.
El aguador le dijo entonces: “¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino?
Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado y por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar el altar de mi Madre. Si no fueras exactamente como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza.”
Con amor,
Tu hija
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