¿Quo vadis, U?
Iba a escribir de Chávez y su legado en la forma actual de hacer política (especialmente, comunicación política), pero por el momento queda pendiente, pues me ganó la voluntad de escribir sobre un par de acontecimientos ocurridos en casa en días recientes. Y, al decir casa, no me refiero al nivel país, sino a uno aún más cercano: la cotidianidad en nuestra alma mater y lugar de trabajo, la Universidad de Costa Rica.
Desde finales de septiembre de 2012, nos enteramos de la decisión administrativa (y política) de no renovar el contrato de Laura Martínez como directora del Semanario Universidad. En ese momento, se adujo que su salida se debía a que su nombramiento había vencido con el fin de la anterior administración universitaria en mayo 2012, pues su cargo es un puesto de confianza que concluye con el gobierno universitario. Además, en una suerte de atolillo con el dedo, la jerarquía universitaria afirmaba entonces que “Nadie ha pensado en cambiar la perspectiva crítica del Semanario”.
Así, al calor de excusas de forma que parecían querer cubrir razones de fondo, se ponía fin a la excelente gestión de Martínez, caracterizada por la mejora sustancial en términos de impacto, cobertura y circulación, pero principalmente por el compromiso con la investigación y la denuncia, el cual se materializó de manera emblemática en el seguimiento a temas de conflicto social y de impacto ambiental como la denuncia del memorando del miedo, la investigación del caso Crucitas y la denuncia en materia de corrupción y medios con el respectivo mapeo de grupos de poder.
Luego, el tiempo que no perdona, hizo que llegara el nuevo año y, con él, la nueva dirección del Semanario. Debo reconocer que otros asuntos me habían mantenido ocupada y, por tanto, no había puesto mayor atención a las ediciones 2013, para darme alguna idea de cómo sería la nueva línea del periódico. Sin embargo, esto cambió la semana pasada cuando no pude dejar de notar dos puntos interesantes de la última edición:
a) la sustitución de la tradicional caricatura política de la portada por un gráfico de pastel que nos informa sobre la satisfacción general de los universitarios con su elección de carrera y;
b) la pauta comercial a todo calor de la empresa privada de telecomunicaciones CLARO.
En relación al primer punto, está claro que la investigación en materia del quehacer universitario es relevante y necesaria para mejorar los servicios que se proveen a los estudiantes y modificar las políticas y procedimientos que afectan estos servicios. Eso es innegable. Pero es también innegable que, en otros tiempos, esta investigación probablemente habría recibido el espacio de una plana en el cuerpo del periódico y no necesariamente habría sido ubicada en la portada.
Esto porque la portada del Semanario nos tenía felizmente acostumbrados a la caricatura política que incluso ha sido objeto de investigación académica con la reciente presentación de una tesis de Licenciatura en Ciencias Políticas en este tema. Así, el Semanario también cumplía con su deber de interlocutor por excelencia entre la comunidad universitaria y el resto de la comunidad nacional, pues expresaba posición ideológica y política en temas clave del acontecer del país. Esto la hacía atractiva para muchos sectores no necesariamente vinculados con la vida académica, pero interesados en la perspectiva crítica y alternativa que con seguridad encontraban al leer el Semanario Universidad.
Es decir, la tradicional portada de matiz político era una especie de tarjeta de presentación del Semanario como medio autónomo y no oficial, en tanto que representaba fielmente el compromiso de ser independiente frente a los grupos hegemónicos de poder, cuya agenda reaccionaria y/o trivial se impone a través de los medios tradicionales que controlan desde su élite político-económica.
Además, una portada dirigida a la vida nacional (y no reducida al devenir universitario) era también muestra de que la universidad asumía con creces y gallardía su papel de actor sociopolítico, al tiempo que garantizaba que el periódico universitario era una publicación periodística consolidada y no solo una gaceta universitaria o, peor aún, un boletín de prensa de la administración del campus.
En la antigua Grecia, se empleaba el término “idiota” para designar a aquel ciudadano que, absorto en sus propios problemas, no se preocupaba de los asuntos públicos. Así, no participar voluntariamente en la vida pública era la raíz misma de la idiotez. Luego, haciendo la analogía correspondiente, de proseguir con una línea de investigación (y portadas) dedicadas a temas “puertas adentro” de la universidad, el Semanario (y con ello, la Universidad) corre el riesgo de idiotizarse al renunciar a tomar parte en las discusiones de los temas de fondo de la vida nacional.
Lo anterior es aún más grave si se considera que estamos en año electoral y ante las puertas de una inminente tercera administración por un mismo partido político, hecho que en Latinoamérica solo tiene precedentes en México y en Cuba. En consecuencia, a un año de las elecciones presidencial y legislativa, uno esperaría que el medio crítico por excelencia se diera a la tarea de explorar las posibilidades de una alianza de oposición, mapear las redes de poder actuales en el partido oficial y que podrían afectar la composición de la próxima Asamblea y a investigar las tanto el pasado en administración pública como las disque propuestas de quienes ya prácticamente parecen estar ungidos con la banda presidencial.
Luego, sobre el segundo punto de la pauta comercial a todo color de la empresa CLARO, no quedan ni ganas de hablar. Es uno de esos momentos en los que “Sin palabras” parece abandonar su matiz trillado para servir de adecuada respuesta. Es decir, la postura coherente y cohesionada que la Universidad ha mantenido en contra de la apertura de las telecomunicaciones en el país, la cual data de tiempos del combo en 2000 y se consolidó durante la discusión del TLC con Estados Unidos, se hace añicos ante ese anuncio de color rojo como la sangre.
Sabíamos que, por razones logísticas, el Semanario desde hace un tiempo se imprime en los talleres del Grupo Nación pero eso parece distinto a ofrecer al mejor postor el espacio de anuncios del medio universitario. Ojalá esto no implique que en el futuro los anunciantes incluirán mineras, cadenas de comida rápida o incluso nightclubs donde la mujer se objetiviza cual caballo de tope, pues la afrenta a la postura universitaria en materia ambiental, de salud o de género sería tan grave como lo es la actual en materia de telecomunicaciones.
Así las cosas, sólo nos resta preguntarnos, “¿Quo vadis, U?”
¨ Rosemary Castro Solano. Politóloga y educadora. Estudiante de Maestría en Comunicación. www.lasbarbasenremojo.blogspot.com
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