De "El Divo", de sirvientas y de planchas

Juan Gabriel
(1950-2016)
La revista mexicana "Animal político" publicaba ayer lunes 29 de agosto un artículo "Juan Gabriel, el eternamente agradecido" como homenaje póstumo al que probablemente sea fácil calificar del más grande cantautor latinoamericano, fallecido el pasado domingo 28 a los 66 años.

En la reseña, escrita por Ana Ávila, se presenta la cara humana de Juan Gabriel más allá de su ya conocida infancia en orfanato y adolescencia "a la mano de Dios" con cárcel incluida. La columnista describe cómo el divo tenía afinidad especial por quienes se encontraban en callejización y abandono - fueran personas o animales - razón por la cual había financiado varias obras para niñas y niños sin familia y su casa rebozaba de animales que antes vivían en la calle. Sabemos que el dicho reza que "no hay muerto malo", pero en el caso que nos ocupa parece que las acciones en vida secundan estos recuentos que ahora se hacen in memoriam.

De la columna, me llamó particularmente la atención esta anécdota que ella misma relata:

        "Lo que más me intrigaba de la personalidad de Juan Gabriel era su humildad y su capacidad de no perder de vista a los más desprotegidos. Yo le preguntaba qué por qué era así. Me respondía que sin humildad no éramos nada. “Una vez -me dijo- una joven que paseaba por Acapulco con sus amigas me pidió un autógrafo”. Mientras lo firmaba, la chica le comentó que era para su “sirvienta”. Juan Gabriel no le contestó nada, terminó y se despidió cortésmente.

       Juan Gabriel entendía que esa niña rica se estaba deslindando de cualquier signo que demostrara ser una admiradora de un cantante de las clases populares, en un claro esfuerzo por negar lo que no fuera pop en inglés. Juan Gabriel me platicó que para él eran lecciones de humildad y así las tomaba. Le parecía muy bien que una trabajadora del hogar fuera su admiradora aunque fuera la niña rica quien le llevara su autógrafo."

Tras leer esta anécdota y al ver algunos de sus vídeos al calor de su muerte, me vino a la mente justamente cómo su carrera parece haber sido una celebración continua al alma del pueblo mexicano. En sus presentaciones era frecuente su grito de "¡Viva México!" y verlo ataviado con corbata verde y solapas rojiblancas, como para envolverse en su propia bandera. Es, además, el primer artista popular en presentarse - abarrotadamente, tres noches seguidas en 2003 y repitió en 2013 - en el Palacio de Bellas Artes, otrora creado para el arte blanco y europeo tipo ópera y ballet. Así, sin importar si se es rockero, salsero, punketo, trovador, etc., es innegable reconocer que un artista que logra llevar los mariachis - la música de su pueblo - al Palacio, es de cierto modo un revolucionario, aunque ni él mismo tuviera conciencia plena de este hecho.

Esto es, Juan Gabriel se sentía y era un artista del pueblo, pero nunca buscó cantar las calamidades y luchas de su nación. Eso está claro. Creo, además, que conscientemente nunca buscó ser revolucionario ni trasgresor pues, por desgracias de la vida. su carrera siempre se dio - y él así lo reconocía - de la mano de Televisa, la mayor productora de su país y planta carnívora que se traga las realidades y dilemas sociales para maquillarlos fuertemente con lucecitas colgadas para escena. Por eso, a primera vista, Juan Gabriel puede ser visto como un artista status quoísta y conservador pues incluso recientemente hizo un llamado a sus fans a no votar por López Obrador en el 2018 pues dijo haberle visto "carácter de dictador". Este comentario, lamentable por demás, no ha trascendido más allá de su patria - y de quienes seguimos la política paparazzi - pero, una vez más, retrata al artista como un símbolo del pueblo mexicano y de todos los pueblos expuestos a emporios mediáticos que monopolizan la verdad y que somos presa fácil del miedo cuando nos bombardean con amenazas enlatadas en envases que llevan etiquetas como "dictador".

Luego, muy a pesar de que Juan Gabriel nunca se sintiera revolucionario y trasgresor, es importante ver cómo fue pionero en muchas áreas que como ello podrían identificarlo (al igual que encuentro que las pinturas de Renoir son, sin propónerselo, radiografías del clasismo y del sexismo de su época, expresados en pinceladas multicolores). La persona artística, más que el contenido de la obra de Juan Gabriel, trasgredió cánones hegemónicos y no sólo porque llevo los mariachis al palacio, como dije antes, sino porque desde el principio de su carrera su presencia en el escenario desafío las categorías rígidamente establecidas de "masculino" y "femenino". Ahora, probablemente se le llamaría "queer" bajo las teorías importadas con las que estudiamos la realidad. Pero independientemente de etiquetas, este es otro paso trasgresor que, tal vez sin darse cuenta, dio en épocas en las que la apertura era mucho menor. Se le podría juzgar de conservador porque, con respecto a su vida personal, nunca quiso confirmar o desmentir rumores sobre su orientación sexual, pero justamente he aquí otra marca que se podría considerar radical en la época actual, donde las narrativas personales han reemplazado al talento: guardar la vida privada y no venderla como exclusiva.

Así, la figura de Juan Gabriel no sólo es icónica sino que, si se revisa más allá de los premios y de la escarcha, es una clara representación se su pueblo, una expresión nacionalista en sí y un reto (velado o explícito, como quiera verse) al patriarcado y a la segregación social. Y justamente cierro esta reflexión retomando la anécdota que el Divo de Juárez le contaba a la columnista sobre el autógrafo que la niña rica le pidió para su sirvienta, pues esta de inmediato se me conectó mentalmente con el concepto que tanto detesto (y combato) de "música de plancha", pues considero que pocas acepciones acuñadas recientemente han ratificado como esta y de forma tan dolorosa el sexismo y el clasismo en este país.

"La música de plancha", originada en bares de ambiente - qué ironía, emplear juicios estereotipantes para divertirse cuando al mismo tiempo se esgrime la bandera de la equidad y de la inclusión - y llevada a la palestra nacional por nuestros propios medios idiotizantes como Teletica en sus transmisiones de fin de año y La Nación en conciertos que organiza ante el declive de su actividad periodística; es bailada y celebrada por todo lo alto sin ver su connotación misógina, clasista y hasta xenofóbica, pues Costa Rica y Chile son los dos países latinoamericanos donde la mano de obra doméstica remunerada, nos llega mayoritariamente de nuestros vecinos del norte, Nicaragua y Perú, respectivamente.

"La música de plancha" no es otra cosa que una expresión acuñada para designar aquella música que se percibe como música de sirvientas, remuneradas o no, y a quienes el término parodia como forma de entretenimiento. Me cuesta pensar en un término más deleznable - aunque "tierrosa" es una fuerte competencia - y en una construcción cultural más excluyente y violenta que nos retrata como una Costa Rica que se ve a sí misma en el espejo y se encuentra muy blanca, vallecentralista, clasemediera u oligarca y con aires de refinada, aunque quiera vestirse de democrática y equitativa.

Descanse en paz Juan Gabriel y que viva su legado musical y cultural.

* La autora es polítóloga, educadora, filológa en lengua inglesa y egresada de la Maestría en Comunicación de la Universidad de Costa Rica.

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