Un show de "güevos"



Rosemary Castro Solano[i]
Lejos de hacerlo ver natural y deseable, el machismo debe denunciarse para lograr erradicarlo.

Soy politóloga y, a diferencia de colegas auto proclamados zares de la comunicación política, sí acerté en que Trump iba a ganar. Sin  embargo, mi predicción no se basó tanto en la resonancia que en efecto logró encontrar en ciertos sectores del electorado estadounidense sino en el patriarcado estructural perenne en esa nación y el cual, paradójicamente, siempre ha sido señalado como mal exclusivo de Latinoamérica. No obstante, una vez que el triunfo de Trump (o la derrota de Clinton, aún no sé cuál hecho ganará el pulso por convertirse en titular de la historia) cristalizó, millones de ojos “apantallados” surgieron alrededor del mundo dispuestos a imitar aquel estilo a cualquier costo.

Así, era cuestión de tiempo para que los ecos de la “trumpada” llegaran a nuestro suelo y, más específicamente, a nuestras arenas comunicativas. Y en efecto. Ya desde el sábado anterior, Figueres hijo (o el hijo de Figueres, porque francamente no logro encontrarle otra credencial) nos había dado un aviso de que su estilo en los debates televisivos iba a ser ese: jugar al macho alfa. Un macho alfa con tanto empeño en el tono y en los ademanes que termina siendo una mala caricatura de un gamonal quien, en mangas de camisa y con actitudes burlescas apenas disimuladas, parece tan divorciado del saco y de la corbata como del respeto y de la cordura.

En ese primer debate, Figueres había alzado la voz, hinchado la barbilla, tratado de "Toño" a su rival más fuerte en las encuestas, hablado de calzoncillos, propuesto disparar antes de preguntar y salido de su espacio para acercarse, cuasi amenazante, al público. ¿A quién me recuerda? Definitivamente alguien debe estarlo asesorando en materia de marketing con una especie de libreto Trump en mano, en el cual los tan buscados “momentos televisivos” se construyen a golpe de chabacanería mientras los ansiados tweets y titulares se convierten en  fines en sí mismos.

Pero, más allá de este torpe abordaje de la comunicación política embebida en el mercadeo electoral, hay un aspecto preocupante en el manejo evidenciado por el pre-candidato Figueres Olsen y es precisamente esa exaltación al macho que busca decirnos que sólo con “güevos” se puede sacar adelante al país. ¿Será? Porque además de sesgada y tendenciosa, esta postura reproduce estereotipos y, al igual que los ocho anuncios publicitarios retirados el año pasado por la Oficina de Control de Propaganda por usar mensajes que encubrían formas sutiles y 'aceptadas' del machismo mientras reforzaban formas de discriminación y desigualdad en perjuicio de las mujeres, este discurso político no hace más que lubricar el patriarcado.

Sí, aceitarlo y convertirlo en una suerte de ideal al que debemos aspirar como sociedad. Pero veamos adónde hemos llegado hasta ahora por el camino de los “güevos” y con el cual hemos logrado cifras tan pavorosas como éstas:
-       según datos del INEC y el PNUD en 2014, 40% de los 280000 hogares pobres en Costa Rica está a cargo de una mujer;
-       de la misma fuente se desprende que mientras la tasa de hombres sin trabajo llega a un 7%, 10,8% de mujeres se encuentran desempleadas;
-       por su parte, la OIT revela que de 1 395 000 mujeres costarricenses con edades entre 18 y 65 años y, un 43,7% (558.000) trabaja en el sector informal, con salarios inferiores a los hombres, aunque desempeñan mismos cargos y función;
-       según el INAMU, las denuncias con base en la Ley de Penalización de la Violencia contra la Mujer subieron de 5145 casos en 2007 a 20850 en 2012;
-       en estos primeros tres meses de 2017 ya se contabilizan nueve feminicidios, todos cometidos por parejas o ex parejas de las víctimas, con niveles aterrorizantes de violencia e incluso uno en el cual la mujer asesinada era una adolescente de 16 años que convivía como pareja de un hombre de 42 años desde hacía tres años.

Y podría seguir citando cifras duras para ilustrar el estilo patriarcal, macho alfa y homo economicus que este discurso pretende resucitar y el cual confunde erróneamente  fuerza con brutalidad, firmeza con rudeza y capacidad con desplantes y aleteos. Para nadie es un secreto que el figuerismo siempre ha sido alérgico a tratar a las mujeres como iguales – no olvidemos que tanta era la fobia a las mujeres inteligentes que Figueres padre envió al exilio a Carmen Lyra – pero, hasta el momento, esa misoginia parecía limitarse a la arena de su vida privada y no exaltarse como estrategia de campaña. Sin embargo, ahora es diferente porque esa parafernalia testosterónica parece ser la ruta que los asesores publicitarios le han trazado a Figueres para llegar al triunfo. Qué ironía, pues siempre hemos oído que “ser hombre” no sólo es apretar los dientes y cerrar el puño sino – y principalmente – es dar la cara y tener palabra, y para nadie es un secreto que en eso último este pre-candidato siempre ha sido ralo.

Aclaro aquí que no soy liberacionista y, es más, nunca he votado por el candidato o la candidata vencedor/a en las elecciones, así que no me mueve un interés partidario ni de tendencia para escribir estas líneas. También aclaro que tristemente no estoy convencida de que esta propuesta sea del todo fallida y temo que llegue el domingo y me compruebe ese miedo, pues creo que en la convención votarán las mismas personas que consumen servicios de propuestas tan aberrantes como Banca Kristal, que bailan y cantan felices al ritmo del significante misógino llamado "música de plancha", que no lo piensan dos veces para usar términos tan peyorativos como "tierrosa" y que se sienten "no machistas" porque votaron por una mujer, aunque cuatro años después sus propios silbidos, gritos y reclamos la hayan llevado a optar por entregar la banda sin pronunciar discurso alguno de despedida.

Pero escribo porque hay una decencia mínima producto del consenso social que debe también responder a la época, y así como retiramos publicidad por misógina, debemos señalar lo pernicioso de emplear deliberadamente el machismo como táctica electoral. Porque más allá de las poses, de las luces, del maquillaje y de los micrófonos en los podios de debate, este intento de glamourizar al macho para reposicionar la mano dura es inaceptable en pro de los derechos fundamentales y de la equidad, especialmente en un país donde no sólo la pobreza tiene rostro de mujer sino que, además, las muertas por ese mismo puño no cesan de aparecer en los titulares.





[i] La autora es politóloga, educadora, filóloga en lengua inglesa y especialista en comunicación y análisis discursivo. 

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