Mujeres y pandemia


Rosemary Castro Solano* 

En medio de la declaración del coronavirus como pandemia y en un escenario en el cual los rostros de “autoridad médica” parecen ser predominantemente masculinas tanto a nivel global (OMS) como nacional (Ministerio de Salud) se impone una reflexión sobre la forma socialmente diferenciada en la que las pandemias nos afectan a las mujeres y en la necesidad de incorporarnos a las mujeres como interlocutoras y voceras clave en tiempos de epidemia global.

Comencemos entonces por reconocer que, desde tiempos antiguos y sin distingo de civilización pues la práctica se da por igual en los pueblos asiáticos como en los nórdicos y en los originarios de América, las mujeres hemos estado socialmente a cargo del cuido y de la asistencia de quienes enferman y que el significado del papel de las mujeres como agentes médicos de primera instancia en hogares y comunidades está cargado de valores sociales cuyo denominador común es la invisibilidad de la mujer cuidadora, derivada de la tradición patriarcal que asigna “la casa” – y, con ella, las tareas domésticas que incluyen la alimentación y el aseo, ambos inherentemente ligados con la salud – como el “lugar natural” de las mujeres.

Paralelamente y ya rompiendo los confines sexistas del hogar patriarcal, emerge la mujer que – tras estudiar las plantas y otros saberes entonces considerados “ocultos” – es considerada “bruja” por su conocimiento de las hierbas medicinales y por el cual es vista como peligrosa y penalizada como tal por leyes como la "Lex Cornelia de sicariis et veneficiis” y por persecuciones como las quemas masivas de mujeres curadoras durante la Edad Media que, no obstante,  no frenaron la incorporación social de las mujeres  como cuidadoras y curadoras más allá del ámbito del hogar en oficios como partera, nodriza, enfermera y médica – este en menor medida, dadas las limitaciones de estudio y trabajo que nos afectaron durante siglos – en labores que muchas veces se desarrollaban ligadas a estructuras eclesiásticas como parte de esquemas de caridad y/o asistencia.

Esto es, es un hecho que las mujeres hemos liderado tradicionalmente la prevención, la atención y la gestión de la salud en familias y comunidades, incluso desde la invisibilización a la que hemos estado sujetas en el hogar patriarcal, en labores de asistencia médica y de seguridad social orientadas a que el derecho a la salud sea una realidad para toda persona sin distingo de edad, etnia o género y a pesar de que – en muchas ocasiones – los padecimientos que – por razones biológicas - nos afectan exclusiva o mayormente a nosotras, tales como los desórdenes hormonales y algunos tipos de cáncer, han sido pospuestos en la agenda de investigación científica y/o convertidos en lucrativo negocio una vez que la causa logra visibilizarse.

Ocurre entonces que, en una pandemia como el actual brote de #COVID-19, la enfermedad no sólo no discrimina – aunque epidemiológicamente se comprueba que hay grupos inmunológicamente más vulnerables – y, por el contrario, refleja en forma clara las inequidades, las exclusiones y la violencia estructural característico de nuestro modo de producción y de nuestro sistema social asociado. Esto es, la infección por #COVID-19 representa – como es de esperar – un mayor riesgo para quienes carecen de acceso a sistemas de salud, incluso por parte de la seguridad social; exclusión en la cual las mujeres somos mayoría  por nuestra mayor inserción en sectores informales del mercado laboral y porque en muchos países los seguros no contributivos se dirigen preferentemente a servicios de salud materno-infantil y no focalizan a las mujeres por derecho propio, sino por ser responsables del cuidado de niños y niñas y adolescentes.

Luego, estas barreras estructurales que las mujeres enfrentamos para acceder a servicios de salud y el hecho de tener socialmente asignado el cuido de quienes enferman en nuestras familias y comunidades,  representan factores claros de vulnerabilidad agregada para las mujeres en tiempo de pandemia pues además dicho rol social de cuido es no remunerado, por lo cual las mujeres y los hogares que jefeamos no contamos con ingresos siquiera mínimos, mucho menos suficientes para cubrir necesidades extra – tales como mayor cantidad de implementos de aseo y limpieza, agua potable en las zonas donde esta no se ofrece y medicamentos - en tiempos de picos infecciosos de proporciones especialmente cuando, como en este caso, las autoridades sanitarias han elevado a la categoría de pandemia, con la consecuente crisis económica – aumento del desempleo, colapso de los emprendimientos - resultante a partir de la contracción de la demanda.

Por lo anterior, se hace necesario que las medidas emprendidas ante el #COVID-19 por los gobiernos de los distintos países reconozcan esta vulnerabilidad específica de nosotras las mujeres – y la crucen también con variables de clase social, etnia, edad y/o orientación sexual – de modo que las políticas que se adopten en esta emergencia se orienten a la equidad de género en la práctica y no se limiten a alusiones discursivas como las muchas que vemos en la actualidad – al menos en e escenario político costarricense, que conozco de primera mano - y que en ocasiones lamentablemente se quedan en retórica egocéntrica por parte de funcionarias que desean blindar sus actos ante la crítica y, para ello, esgrimen la carta de género aún cuando sus propios actos en la función pública y, principalmente, las políticas que han impulsado desde ella están muy lejos de orientarse a la inclusión de todas las mujeres y a la equidad en términos de redistribución, no sólo de representación y/o de reconocimiento.

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* Costarricense. Politóloga, educadora, filóloga en lengua inglesa y comunicadora.
Twitter @RosCasSol / Blog http://lasbarbasenremojo.blogspot.com/

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