Tenemos que hablar también de ellas

Llega diciembre y, como ya es costumbre, el diario de Llorente publica la consabida lista de Personajes del Año, cuyos criterios de selección son tan peculiares que en años recientes incluyó -por encima de miles de emprendimientos logrados con muchos menos contactos- a una paleta lanzada por una flamante empresa que, no obstante, anunció súbitamente su cierre de operaciones en 2019.

Así, y si bien la lista completa aparecerá mañana domingo en la edición especial, la empresa suele dar una prevista al publicar algunas menciones desde sábado y, con ello, atizar la hoguera de la opinión pública lo cual claramente no ha conseguido pues su nota que incluye ***de nuevo*** en la lista a don Carlos Alvarado -cuya gestión no puede ser más fallida- apenas ha recibido cinco "Me gusta" tras seis horas de publicado en la red Twitter. 

Sin embargo, no es esa la razón para escribir estas líneas sino el hecho de que también dentro de los Personajes 2020 el medio incluye a las víctimas de feminicidio Allison Pamela Bonilla Vásquez -asesinada en marzo en Ujarrás presuntamente a manos de un vecino obsesionado que la raptó para violentarla y matarla- y María Luisa Cedeño Quesada -asesinada en julio en Manuel Antonio presuntamente a manos de un conjunto criminal de al menos tres hombres que la violentaron y asesinaron mientras se hospedaba en un elegante hotel de la zona- y lo hace con esta marquesina: 

Titular de la nota de La Nación en Twitter titulada "Personajes 2020: María Luisa y Allison, las mujeres que siguen gritando ¡Ni una menos!" (12 de diciembre de 2020)

Luego, tras ver el titular y tras haber escrito previamente sobre el trato diferenciado de los feminicidios por parte de los medios y de las figuras políticas, sentí la necesidad de plasmar por escrito una reflexión sobre lo que la autora afroestadounidense Kimberlé Crenshaw ha denominado "la urgencia de la interseccionalidad" al acuñar el término en 1989 como noción básica que describe el punto en el que convergen la clase social, la etnia, la edad, el género, la discapacidad y otras dimensiones de marginación; y que hace que quiénes se encuentran en esta intersección sean doble, triple o cuadruplemente marginadas. 

Esto es, la inquietud por hablar de interseccionalidad en el tratamiento mediático de los feminicidios no me surge exclusivamente a partir de la diagramación y selección de imágenes para este titular y esta nota sino de una inquietud acumulada y previamente manifiesta -tras hacer una observación sistemática en redes de mayo a noviembre 2020- que me ha permitido determinar las siguientes variables como factores que afectan la cobertura mediática de los feminicidios y las reacciones políticas a ellos: 

i) ser de origen rural-rural; 
ii) ser mayor de 30 años y/o; 
iii) ser madre.



Opiniones previamente expresadas en Twitter sobre el tratamiento desigual del feminicidio por parte de los medios y de las figuras políticas costarricenses (05 de septiembre de 2020)

Así, pareciera que el tratamiento de los feminicidios en los medios de comunicación y por parte de las figuras políticas es radicalmente distinto cuando las mujeres asesinadas son de origen campesino; tienen una edad que las separa de la noción de "doncellas"; son madres y/o no encajan en una suerte de arquetipo o canon estético claramente derivado del colonialismo. Por tanto, sus muertes no se posicionan en el imaginario colectivo porque apenas si se mencionan y, cuando se hace, muy pocas veces se dice su nombre y/o se cuenta su historia más allá del relato amarillo.

Habrá entonces quien pregunte qué relevancia tiene discutir este tema si todas son víctimas y la respuesta podría ser tan obvia que no resulte evidente: los medios de comunicación crean marcos de referencia que afectan el discurso público y que a la vez son afectados por este y, por tanto, si les permitimos consolidar la narrativa de que el feminicidio se da principalmente por parte de extraños obsesionados o "enfermos" hacia víctimas consideradas atractivas -y cuyas fotografías son incluso seleccionadas por la prensa para dar un efecto glamoroso a la historia- estamos maquillando la realidad imperativa y tajante de que la mayoría de crímenes contra las mujeres por el hecho de serlo se cometen en la intimidad doméstica, a manos de un compañero, ex compañero o incluso de un familiar sanguíneo, y no dependen para nada de parámetros estéticos ni biológicos como la edad. 

Porque resulta imposible omitir que los cuatro feminicidios de mayor cobertura mediática en el último año tienen en común víctimas jóvenes y/o sin hijos, de extracción urbana y cuya apariencia converge en cabello rubio, tez blanca y ojos claros. De ellas conocemos su nombre, su historia, la forma en la que murieron y podemos reconocerlas pues las hemos visto varias veces en la prensa. Caso contrario a las demás víctimas cuyo número -según el Observatorio de Género del Poder Judicial- es de 11 feminicidios confirmados, 9 muertes violentas de mujeres consideradas homicidio pero no feminicidio y 41 asesinatos aún pendientes de ser clasificados por la Subcomisión Interinstitucional.

¿Y por qué no sabemos sus nombres, no reconocemos sus rostros ni conocemos su historia como en estos cuatro casos? ¿Por qué los medios no posicionaron igual el feminicidio de Danaysha, la niña de 4 años muerta a golpes en Alajuela presuntamente por el compañero de su madre? ¿O el de Fernanda (31 años) y Raysha (12 años), madre e hija de León Cortés cuyo asesino se presume era respectivamente su esposo y padre? ¿Supimos acaso que Vilma, a sus 85 años, fue muerta a  golpes en La Uruca y enterrada en su patio, y que el principal sospechoso es su esposo? ¿O que Marlene, de 41 años, fue asesinada en la casa de su vecino en Laurel de Corredores porque hasta  ahí la persiguió su esposo para darle muerte? 

La respuesta es tan sencilla como compleja, y radica en ese concepto -que para algunos resulta tan abstracto- de interseccionalidad, y el cual nos permite explicar su invisibilización por el hecho de que en estas víctimas de la violencia de género -como en la vasta mayoría- convergen vulnerabilidades adicionales al hecho de ser mujer y que se relacionan también con su clase socioeconómica, con su origen rural-rural, con su edad, con su etnia y/o con su discapacidad por lo que sus historias de doble, triple o cuadruple marginación no son tan estructurables en las narrativas lineales tan gustadas por los medios pues, más que un hecho episódico de violencia de género, sufrieron abandono estructural y maltrato desde siempre y hasta nunca.

Para la autora del concepto, Kimberlé Crenshaw, dicha interseccionalidad hace que muchas de las víctimas queden -quedemos- atrapadas en la espiral del silencio pues sus relatos no encajan en nuestros marcos de referencia, por lo que simplemente no poseemos el andamiaje mental para verlos, para recordarlos ni mucho menos para incorporarlos a nuestro imaginario. En consecuencia, la prensa no las menciona, las políticas públicas nunca las reflejan y las figuras políticas jamás son emplazadas a referirse siquiera a su muerte. En palabras de Crenshaw, "sin marcos que nos permitan ver cómo las problemáticas sociales afectan a todas y a cada una de las personas de los segmentos violentados, muchas de ellas quedarán atrapadas en las fisuras del activismo, invisibilizadas permanentemente y hasta la muerte o -como en estos casos- más allá de ella.

Entonces, urge erradicar la noción glamurizada del feminicidio que los medios costarricenses parecen querer consolidar en 2020, con su narrativa lineal donde la muerte ocurre a manos de un extraño y las imágenes que lo enmarcan casi como fenómeno exclusivo de mujeres jóvenes, consideradas atractivas, de origen urbano y/o sin hijos pues toca recordar que -al afectarnos a todas- la violencia de género es un continuum que, sin embargo, no se manifiesta de manera uniforme y, por el contrario, está transversalmente afectada por las demás desigualdades y marginaciones que nos recorren y que se expresan en ese término "interseccionalidad" tan esencial como ausente en nuestros debates. 

Representación gráfica de la propuesta del feminismo interseccional (s.f.)

Por tanto y para volver al titular que dio origen a esta reflexión: podríamos discutir si en efecto es un avance la cobertura que el emporio periodístico de Llorente -y los medios costarricenses en general- ha dado en este año al tema del feminicidio -cuando incluso para el 25N trató de presentarlo en términos de afectación a la productividad económica, enfoque por demás fallido pues omite la perspectiva de derechos humanos- y podríamos también discutir si su seguimiento a los casos que posiciona como "emblemáticos" es una conquista, toda vez que sus narrativas parecen contarnos solamente aquellas historias que -por las razones citadas- les garantizan más clicks mientras omiten sistemáticamente aquellas que se quedan atrapadas en los filtros mediáticos tan orientados a las métricas y en los criterios para ser incluidas en los discursos oficiales hasta de las figuras políticas que más se autoproclaman feministas.

Pero también debemos debatir si las imágenes seleccionadas para acompañar esa nota de Personajes 2020 -tanto en el titular como a lo interno a manera de fotos tomadas de una revista de moda-, las palabras empleadas para escribir sobre ellas - "Un homenaje a sus sonrisas", por ejemplo- y el relato construido en general está centrado en una narrativa de princesas con final trágico y, por tanto, niega el carácter estructural de la violencia de género y de la tragedia del feminicidio; no como final macabro de un relato idilíco sino como el punto máximo e irreversible del continuum de misoginia que diariamente nos acecha y nos afecta a todas las mujeres.

 
Imágenes interiores de la nota de La Nación titulada "Personajes 2020: María Luisa y Allison, las mujeres que siguen gritando ¡Ni una menos!" (12 de diciembre de 2020)

Este otro debate también nos urge. Por ellas, Allison y María Luisa; por nosotras que aún estamos vivas y por ellas, Danaysha, Raisha, Karolay, Adriana, Karla, Fernanda, María del Carmen, Marlene, Aracelly, Flor, Melba, Vilma y todas las demás cuyos nombres se escurrieron en el drenaje mediático pero aquí subrayamos para que no queden en el olvido.

Tenemos que hablar también de ellas; nos -y se- lo debemos.  

Rosemary Castro Solano

Politóloga, comunicadora, educadora y filóloga en lengua inglesa

Twitter @RosCasSol

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