Carta abierta a Marcela Lagarde

Maestra Marcela Lagarde, reciba un saludo respetuoso desde Costa Rica.

Tras leer la noticia del desplante trans ocurrido en su conferencia de ayer en la Universidad Complutense de Madrid, inicialmente me uní a las múltiples expresiones de rechazo, pues concuerdo con las compañeras feministas en que ni usted ni su carrera merecen tal berrinche ignorante.

Sin embargo, luego me fui a dormir y hoy desperté con un encuadre nuevo, pues ahora pienso que no hay mejor laurel para su vida feminista y para su decisiva construcción teórica que ser repudiada por un grupúsculo impostor y alienado que, con tal de satisfacer fetiches, ve el sexo como asunto "borrable". 

Así, lejos de ver dicha pataleta como ofensa, nos toca resignificarla como halago hacia la pionera y cara visible del feminismo latinoamericano, pues lo extraño habría sido recibir respeto de quienes no se respetan ni a sí mismos, ya que viven para intentar reivindicar degradaciones a manera de "triunfos".

Esto es, ¿cómo exigir sustancia a quienes creen que pelucas, maquillaje, implantes y (ahora) capuchas son "credenciales activistas"? ¿Cómo pedir profundidad de quienes predican que "ser mujer" es disfrazarse de fetiche patriarcal y cosificarse bajo montañas de masilla y de escarcha? 

¿Qué coherencia puede esperarse de quienes se regodean felices en términos como "puta" y "zorra" y, en consecuencia, los reclaman como suyos? ¿Cuál trato digno pueden dar hordas vacías que ven reivindicación en la modificación farmacéutica y quirúrgica orientada a prostituirse? 

¿Cómo podrían dejar hablar a una mujer valiente quienes homologan la existencia de nosotras las mujeres con disfraces socialmente ideados en la esfera del comercio sexual para blanquear la homosexualidad de clientes que no acaban de aceptarse?

Por el contrario, la rabieta sinsentido de ayer es en realidad un premio a su trayectoria feminista. Porque lo extraño habría sido recibir respeto de semejante pseudocolectivo; lo triste habría sido ser admirada por tales imposturas; y lo vergonzoso sería coludirse con ellas. 

Gracias entonces por sus décadas de lucha para desarrollar constructos que lograran -como lo han hecho- impactar marcos normativos para erradicar el exterminio naturalizado de nosotras las mujeres. 

No le debe usted nada a nadie; y mucho menos a quienes, lejos de inspirarse para desarrollar sus propias teorías, pretenden exigirle estirar su ética para dar cabida a patriarcales falacias performativas.

Y gracias también por su dignidad ante ese conato enmascarado de reyerta, pues su silencio nos representó con altura y su aparente soledad en esa mesa nos recordó el pilar fundante feminista de saber estar, y de saber ser, mujeres solas.  

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