La minería a cielo abierto, ¡pa' fuera!
Miércoles 24 de noviembre de 2010. Un día para recordar.
Me encontraba en San Ramón, para reunirnos con las compañeros que ejecutan el proyecto en la Sede de Occidente de la UCR. El camino, como siempre en Tiquicia, resultó una odisea interesante, llena de furgones colosales, vagonetas furiosas y buses gigantes que parecen jugar a "¿Quién te aplasta primero?"
Mientras manejaba, mi celular sufría en silencio de constantes dèja-vu sentimentales, pues como nunca le activo el timbre para que suene, ni cuenta me daba de la ráfaga de llamadas (literalmente) del "más allá" septentrional, cortesía del acertijo no resuelto del "What if?".
Sin embargo, no supe quién me solicitaba hasta que llegue a San Ramón y revisé el teléfono. Breathe, just breathe y resolví la llamada conectada al hueco agudo en la panza. "WTF?", dirían los gringos. Ya no tengo 16 años (sino el doble), y es fácil hablar "como si nada". Prueba superada.
Ahora sí, como dicen por acá, "vamos al fútbol". Empezó la reunión y comenzamos a trabajar muy amenamente, en medio de una esplendorosa tarde ramonense. En eso, veo otra vez la luz de mi teléfono encenderse. De inmediato, se me activa también el hueco en el estómago y ahora soy yo quien tiene el dèja-vu sentimental.
Respiro profundo, me disculpo y salgo a atender al pasillo rodeado de cipreses imponentes. Veo el número y siento un alivio resignado. Era mi papá.
"Aló, ¿sí?" dije.
"Reina, ¿dónde estás?"
"En San Ramón, pa. En una reunión de trabajo."
"Ah, bueno. Se viene con cuidado ahora de regreso, porque le va a agarrar la noche."
"Sí, señor."
"¿No ha sabido nada?"
"¿Nada de qué?"
"¡GANAMOS CRUCITAS! El Contencioso acaba de leer la sentencia y recomienda abrirle un proceso a Orejas y al hermano."
"¿En serio? ¡Qué bueno!" Y un orgullo extraño se me metió en el pecho.
De pronto, los cipreses me parecieron más verdes e incluso me los imaginé "parando la oreja" para recibir semejante noticia y celebrarla moviendo sus ramas al viento.
Me encontraba en San Ramón, para reunirnos con las compañeros que ejecutan el proyecto en la Sede de Occidente de la UCR. El camino, como siempre en Tiquicia, resultó una odisea interesante, llena de furgones colosales, vagonetas furiosas y buses gigantes que parecen jugar a "¿Quién te aplasta primero?"
Mientras manejaba, mi celular sufría en silencio de constantes dèja-vu sentimentales, pues como nunca le activo el timbre para que suene, ni cuenta me daba de la ráfaga de llamadas (literalmente) del "más allá" septentrional, cortesía del acertijo no resuelto del "What if?".
Sin embargo, no supe quién me solicitaba hasta que llegue a San Ramón y revisé el teléfono. Breathe, just breathe y resolví la llamada conectada al hueco agudo en la panza. "WTF?", dirían los gringos. Ya no tengo 16 años (sino el doble), y es fácil hablar "como si nada". Prueba superada.
Ahora sí, como dicen por acá, "vamos al fútbol". Empezó la reunión y comenzamos a trabajar muy amenamente, en medio de una esplendorosa tarde ramonense. En eso, veo otra vez la luz de mi teléfono encenderse. De inmediato, se me activa también el hueco en el estómago y ahora soy yo quien tiene el dèja-vu sentimental.
Respiro profundo, me disculpo y salgo a atender al pasillo rodeado de cipreses imponentes. Veo el número y siento un alivio resignado. Era mi papá.
"Aló, ¿sí?" dije.
"Reina, ¿dónde estás?"
"En San Ramón, pa. En una reunión de trabajo."
"Ah, bueno. Se viene con cuidado ahora de regreso, porque le va a agarrar la noche."
"Sí, señor."
"¿No ha sabido nada?"
"¿Nada de qué?"
"¡GANAMOS CRUCITAS! El Contencioso acaba de leer la sentencia y recomienda abrirle un proceso a Orejas y al hermano."
"¿En serio? ¡Qué bueno!" Y un orgullo extraño se me metió en el pecho.
De pronto, los cipreses me parecieron más verdes e incluso me los imaginé "parando la oreja" para recibir semejante noticia y celebrarla moviendo sus ramas al viento.
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