La "fiebre del oro" (o calentura de mineros): tratado de avaricia envuelta en cobardía



“La ambición es el último refugio del fracaso”
Oscar Wilde

      1. Definiciones

Según Wikipedia, la fiebre es un aumento en la temperatura corporal por encima de lo normal, que surge como respuesta adaptativa a sustancias derivadas de microorganismos. Por encima de los 40°C, la fiebre resulta mortal, pues provoca alucinaciones y delirios, entre otros.

De la misma fuente, se desprende que el tratado es un género literario de la didáctica, que consiste en una exposición ordenada de conocimientos sobre un tema concreto, dividido en apartados, y dirigido a un público especializado que desea profundizar en una materia.

Por último, siempre de la enciclopedia de Jimmy Wales, la ambición (del latín ambitĭo, -ōnis) es el deseo ardiente de poseer riquezas, poder o fama. En ocasiones, se suele confundirla con la avaricia, pero la diferencia entre ambas estriba en que a una persona avara no le importa dañarse a sí misma o a los demás con tal de conseguir lo que desea.

Así, ante la reciente cadena de escupas en la cara a nuestra institucionalidad, se me ocurrió tratar esta sarta de bajezas con un brevísimo tratado sobre la “fiebre del oro” (calentura de mineros) que afecta a personeros, aliados y demás secuaces de Infiernito Gold y su fallido (con f de fracaso) proyecto de minería a cielo abierto en Crucitas.  

  1. Signos y síntomas: reseña de infamias
En días recientes, la prensa informó que personeros de Industrias Infinito S.A. obtuvieron un borrador de la sentencia de la Sala Primera, que busca resolver los recursos de casación interpuestos contra la sentencia de primera instancia dictada por el Juzgado Contencioso Administrativo en relación con el caso Crucitas.

Ese mismo día (oh casualidad), Infiernito presentaba monda y lironda una acción de inconstitucionalidad contra la jurisprudencia de la Sala Primera, respecto a asuntos sometidos a conocimiento de la jurisdicción contencioso-administrativa. Es decir, intentaban “a la brava” traerse abajo la jurisprudencia de la Sala Primera que confirmaba la competencia del Contencioso para resolver como resolvió y declarar la nulidad de la concesión minera.  

Tras escarbar un poquito más (o “excavar”, para que suene más en contexto), salió a relucir una tela de araña que conecta perfectamente fechas y personajes y desnuda la sucia intención de lograr, a como dé lugar, que la sentencia del Contencioso no sea aplicada. Luego, con la inmundicia descubierta (mil cochinadas expuestas a la luz pública), los mineros desesperados hicieron honor a su estirpe de cobardes con una acción típica y esperable de su bajeza: tirar la piedra y esconder la mano, pues desde el anonimato de la web es fácil levantar calumnias e intentar (porque del intento no van a pasar) enlodar instituciones y manchar trayectorias.

Pero, además de los pobres esbirros y abogadillos (de calibre variopinto) que le trabajan a la minera, ¿quién está detrás de esto? ¿Quién podría recurrir a los más sucios artificios para manipular las instituciones a su favor? ¿Quién, oh quién? ¿Será acaso alguien que ya una vez se pasó la Constitución por las orejas (literal y figurativamente) con tal de reelegirse? Parece que, una vez más, el monstruo bicéfalo pretende jugar tuquitos con las instituciones del país.

  1. Tratamiento indicado: en buen tico “no jalarle más el rabo a la ternera”
Así que, en vista de lo observado, habrá que prescribir un tratamiento efectivo y facilito de entender, por aquello de que el alma de esta trama ya esté demasiado senil para acatar disposiciones complicadas.

En primer lugar, recalcar lo obvio: este país no es propiedad privada de nadie. Así que, queridos hermanitos feos, olvídense de que les pertenece y de que pueden hacer de él lo que se les venga en gana. Ya lo he dicho antes, no estamos en los ochenta para que ande por ahí restregando premios Nobel teñidos de sangre centroamericana. Es más, en esta época a nadie le importa el Nobel de la Paz, pues se ha demostrado que no tiene mayor significado práctico. Es más, el mismo Comité Nobel tiró la toalla y hace un par de años lo otorgó “por lo que se puede hacer” y no por lo hecho, así que perfectamente todos podríamos tener uno.

En segundo lugar, recordar el pasado: por mucho menos que esto ardió el mesón en 1856. Quienes defienden la explotación minera a cielo abierto y, aún más, quienes pisotean nuestras instituciones para hacerlo, son filibusteros aunque tengan cédula tica. Y no es coincidencia que tanto entonces como ahora sean enfrentados con verdaderas Campañas Nacionales, que actualmente libramos (de frente, con la cara en alto y sin correos falsos) tanto en el espacio presencial como en el virtual.

Por último, revivir el refrán: no hay que jalarle el rabo a la ternera. Tomo prestadas las palabras de Ricardo Vargas, al decir que cuando se le quiere jalar el rabo a la ternera es porque hay algo grande que ganar. Pero la cosa es que esta ternera se ha pellizcado últimamente, al menos en el tema minero, así que mejor llévense su “fiebre del oro” (con todo y delirios difamadores) a otro lado. Aquí no estamos para sudar calenturas ajenas, y mucho menos las de mineros explotadores y avaros.

De lo contrario, esbirros y jeques “jalarabos”, se arriesgan a que la ternera los reviente de una sola patada al estilo Juanito Mora. Y todo parece indicar que ha llegado la hora.


Rosemary Castro Solano. Politóloga y educadora. http://lasbarbasenremojo.blogspot.com

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