De muñecas, "fallos" y tejas

El cuerpo femenino como propiedad pública

Quienes me conocen seguramente saben que en mi casa se compra La Teja prácticamente a diario. La excusa recurrente, pareciera, es llamar al sorteo de plata en el que se participa con activar el código. Así, normalmente, yo leo La Teja. Desde su aparición, me ha parecido un pasquín o tabloide, porque carece de sección de Opinión y se nutre principalmente de imágenes sensacionalistas y de una carnavalización de lo popular que, se nota a leguas, es una construcción mercadotécnica para sonar a pueblo.  Sin embargo, a pesar del fracaso que en principio le auguré, ya lleva cinco años en el mercado e incluso se comió a su hermano clase media Al Día, relegándolo a la esfera meramente deportiva.

Su fórmula es sencilla. Tabloide gráfico, colores estridentes, lenguaje rebuscado para sonar de la calle y sexo como eje transversal de su esfera de consumo. O, dicho más específicamente, mujeres como producto en venta para la penetración visual. Con el tiempo, no obstante, algunas de estas posadoras (para no llamarles modelos) de amplias posaderas, abandonan la esfera del anonimato y, en ocasiones, adquieren nombre o apelativos que nos permiten conocer sus vínculos con futbolistas (romances fallidos, embarazos truncados), empresarios y hasta colegas posadores (de nuevo, para no llamarles modelos) con los cuales se relacionan en diversas figuras geométricas amorosas (a veces triángulos, a veces hexágonos).

Así, la fórmula de La Teja implica también la construcción de una farándula más populacha, por decirlo así, sobre la cual el público puede, muchas veces, opinar por medio de la sección la encuesta del día. Esta construcción de celebridades de plástico y de hule es un fenómeno global que hemos experimentado acá desde la funesta irrupción de Tía Zelmira en la vida pública, hará unos quince años. Dicho triste momento de la historia mediática en Costa Rica fue luego llevado a la esfera radial y televisiva, y replicado con El Topo y otras columnas de corte similar.

El surgimiento de estas publicaciones tampoco debe separarse del fenómeno ATD iniciado en el año 2000, y cuyos frutos en la generación que entonces tenía de 6-15 años no se han hecho esperar: hoy tenemos cientos de posadoras con edades entre los 18 y los 27 años que crecieron pensando que los implantes, las extensiones y el bronceado de máquina son los ingredientes esenciales para un proyecto de vida exitoso. Y, ¿cómo culparlas? La pantalla mágica les contó muy bien esa historia y, ante ninguna objeción  por parte de otros actores en su vida (familia, escuela, colegio, vecinos), el discurso se tradujo en una plástica realidad. Ahora, más de una década después, llega el turno de los hombres. Con “Combate” son también los chicos quienes tienen en el televisor un modelo físico a seguir para buscar el éxito y la fama. Estos personajes musculosos, según nos cuenta el mencionado pasquín, además tienen gran éxito con las damas, por lo cual la imagen que se está forjando de macho alfa dará sus frutos en algunos años, cuando probablemente veamos toda una generación de posadores de amplias posaderas, retratados en las páginas de los tabloides.


De esta forma, La Teja y sus compinches televisivos son realmente una vitrina. Una vitrina que muestra una especie de arquetipos físicos que, según su óptica y el planteamiento de su discurso,  conducen al éxito. Además, la mercantilización de la mujer está tan claramente arraigada en el tabloide, que prácticamente sólo “mami”, “muñecota” y “grandota” se usan para referirse a ellas en la sección rosa. A la vez, se edita un calendario anual para el cual compiten muchas posadoras por medio del envío de mensajes de texto a su favor (negocio redondo para el periódico), se rifan implantes para el día de la madre (y se les llama “tennis”),  y se publica una sección especial de fotos “Los oficios + hot” donde las posadoras salen (des)vestidas de fetiches comunes. Todo esto por cien colones, aunque ahora anunciaron que la edición de domingo (“El Domingazo”) va a ser especial y, por tanto, costará doscientos.

La edición de hoy, sin embargo, me parece que da un paso más en esta construcción de la mujer objeto. Podría argumentarse que cualquier persona que participa en un concurso de belleza está de por si ratificando el estereotipo de objeto y, por tanto, está sujeta al escrutinio público de su cuerpo. Pero lo que preocupa enormemente no es sólo el juicio sobre la disque celulitis en las piernas de la afamada Miss Costa Rica (fama que deriva justamente del “buen papel” que hizo en un evento internacional), sino el titular sancionador de “¡Qué fallo con la Miss!”. Este, acompañado de expresiones como “Aunque usted no lo crea, la Miss Costa Rica tiene celulitis” y la opinión de un  lector que afirma que esta “revelación” afectará definitivamente la carrera de la susodicha, nos dejan más que claro que La Teja, a todo nivel, propone el cuerpo femenino como propiedad pública sobre la cual se emiten juicios sin control. Lo anterior no es una sorpresa, sabemos que el pasquín promueve valoraciones de todo tipo sobre el cuerpo femenino, pero en lo que recuerdo de sus publicaciones, esta es la primera vez que se asegura de forma tan tajante que una mujer falla (entiéndase, fracasa) si su cuerpo no es como el de una Barbie (muñeca que incluso se cita en la nota en cuestión). Así de claro, así de sencillo y así de invasor.

Hay una responsabilidad inherente a la elaboración de un producto comunicativo dirigido a la colectividad. Esa responsabilidad debe poder ser exigida efectivamente y, en este caso, debe enmarcarse dentro de la amplia legislación que existe en materia de penalización de la violencia en contra de la mujer. Debemos abrir el debate e invitar a los actores y a las actoras en materia de derecho, comunicación y derechos de las mujeres para que se manifiesten sobre este ejercicio por la libre de la violencia gráfica y discursiva en contra de las mujeres. Violencia que, estoy segura, sirve de semilla para otras manifestaciones de violencia de género a nivel físico, psicológico y sexual. Porque justamente he aquí la pregunta del millón y que no es justamente qué hace o deja de hacer La Teja y todos sus congéneres comunicativos. La pregunta es, más bien, qué hacemos o dejamos de hacer quienes abogamos por una convivencia equitativa entre géneros, donde los derechos de unas y de otros se promuevan y se garanticen. Porque en silencio solo se confirma que quien calla, otorga.

Justamente el próximo domingo comienza el curso de inglés en La Teja, disque dirigido a que usted y yo encontremos un mejor brete. Yo me pregunto cuándo comenzará la tan necesaria capacitación de cómo reconocer y denunciar la violencia de género en la relación de pareja, en la familia, en el barrio, en el trabajo y, hasta en el periódico. Digo, como para que usted y yo tengamos una mejor vida.  


Cambio y fuera. 

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